miércoles, 9 de marzo de 2011

Descenso del Mekong

Desde esta parte del país la mejor forma de desplazarse es hacerlo descendiendo el río Mekong, la manera de la que se han desplazado durante toda la vida y aún se sigue haciendo así, pues no existen carreteras y las poblaciones están aisladas unas de otras, pero siempre a orillas del gran río.

Desde el embarcadero de Houay Xay salen todo tipo de barcos. Barcos que son las viviendas de familias y que se dedican al transporte de mercancías o pasajeros, la única diferencia es que en éste último caso las cubiertas se adecuan con butacas para el pasaje, más exactamente sillones de monovolumen.



El viaje hasta nuestro destino consta de dos tramos que se hacen en dos días, con una parada para dormir en un pueblecito que queda a mitad de camino, Pak Beng.

La tranquilidad laosiana es exasperante, aunque la hora prevista de zarpar eran las 9:30 el barco no arrancó motores hasta que llenaron el último asiento, sobre las 11:45 comenzamos a navegar.

Cajas de cervezas vacías también viajaban para ser cambiadas por botellas llenas y las mochilas de los turistas iban con paquetes de todo tipo. Antes de partir, una mujer colocó unas flores, algo de comida, unas barritas de incienso en un jarrón dispuesto en la proa de la embarcación y rezaron unas oraciones para que el viaje fuese bueno. Son sus movidas y hay que respetarlas.


El Mekong se muestra desde el primer momento como un río ancho y caudaloso, a pesar de encontrarnos ahora en la estación seca. Ante nosotros un paisaje brutal, compuesto por una sucesión de colinas repletas de vegetación hasta las cimas, algunas curvas, muchas piedras y rocas, remolinos y unos pocos rápidos, una cosa que nos llama poderosamente la atención son las mini playas escalonadas de arena blanca y fina que cada pocos centenares de metros podemos ver en las orillas. De no ser por el característico color chocolate de las aguas del río, parecerían imágenes de las playas de Tailandia.









Sus gentes hacen vida en el río. Los cultivos casi en la orilla y los animales descansan en la arena. Los niños juegan en el agua mientras sus madres recogen frutos del río.









Al atardecer, cuando se encienden las luces a ambos lados del río, se comprueba el diferente nivel de vida de la orilla tailandesa, mucho más iluminada que la laosiana.

Tras unas 6 horas de viaje llegamos a Pak Beng, un pueblecito donde haríamos noche. Nada más llegar un grupo de chavales se acercaron a nosotros para ofrecernos alojamiento. Nos vamos con uno que parecía simpático, ya sabíamos que todas las casitas de huéspedes de esta ciudad, aunque precarias, son correctas. Duchita, cenita y a dormir.

Hasta hace poco menos de un mes disponían de electricidad sólo durante unas horas al día, ahora parece que entienden que el turismo es una fuente de ingresos y ya empiezan a despertar.

Al día siguiente, la travesía continúa hacia Louang Phrabang por un río cada vez más ancho y caudaloso, esta vez en un nuevo barco algo más grande, por lo tanto toca una nueva espera hasta que se vuelva a llenar. En esta ocasión sube bastante gente del lugar con sus bultos e incluso con una motocicleta.



Las aldeas, formadas por casas de madera sobre pilotes, menudean cada vez más, así como los pescadores con sus redes y el tráfico de barcazas. El paisaje es alucinante, nunca antes había viajado durante dos días completos sin ver ni un solo poste telefónico, ni de electricidad ni ningún cable o huella de tecnología humana, sólo el río y la naturaleza. Pasamos algunas horas de cháchara con una chica americana que hablaba español. En el barco había turistas de todos los países; alemanes, franceses, suizos, canadienses, japoneses, chinos, pero sólo 2 españolitos, nosotros. Parte del recorrido lo disfrutamos desde la proa, excepto en los breves espacios de tiempo en que teníamos que atravesar algún rápido, momento en el cual nos hacían entrar.




Antes de llegar, justo a nuestra derecha podemos ver la larga escalera que da acceso a la cueva de los siete mil budas.


Por fin llegamos a Luang Prabang, que está situada en el punto donde el Mekong se une con el río Nam Khan. Ha sido un viaje alucinante y tranquilizador.




Reparto de mochilas y todos a buscar alojamiento, siempre el mismo ritual.

4 comentarios:

  1. Parece mentira ver tanta quietud y paz cuando no muy lejos de ahí, el mundo se estremece y cambia.
    Preciosas fotos para variar, no tengáis prisa en iros de esa zona de momento,
    Contentos de ver que estáis bien y disfrutando.
    Bss!

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  2. El Mekong está lleno de Charlies, solo faltan los helicópteros al ritmo de las Vakirias... anda chatos, traedme un kalasnikof de souvenir,(bueno mejor cuando lleguéis a Vietnam)

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  3. Gracias Marta por avisarnos de lo de Japón. Ya estamos informados y pendientes de los mails.

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  4. Oscar, ¿te gusta el olor del napalm por la mañana?

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